Toluca, México; 16 de marzo de 2018. Podría decirse, como dice El Gráfico. O como La Extra del Sol, que murió después de 60 años de desangrarse en Toluca, cocida en su propia tinta porque a nadie le conviene saber que hay tantos muertos asesinados o muertos por paros cardiacos o muertos por accidentes; podría decirse como dice El Metro o los imprescindibles, hoy objetos de culto, números amarillos de la revista Alarma; podría decirse que un asalto, un botín cercano a 40 mil pesos, ningún herido pero todos histerizados desde la psicosis que tan bien conocemos, que contrae los músculos, tensa los problemas de cada uno hasta reventarlos en diminutos fragmentos de aire.Entonces podría decirse así, y ponerse un título, uno de los que gustan tanto como el que le pusieron a Michael Jackson cuando dio su último paso: “Ya bailó”, dijo el genio diabólico que cabecea las ediciones de El Metro. Es el único cabeceador que supera la realidad. Su “Ya bailó” para el Rey del Pop sólo podía mejorarse con otro similar, que le hizo al cantante Kalimba cuando fue acusado de violación: “No quiere cantar”, le dedicó el sabio anónimo. Tantos, tantos y tan buenos que uno sólo debe leer la portada para saber, estar para siempre enterado de que este país es una mezcla de chicas desnudas, muertos ultrajados y futbolistas biónicos que la fallan, siempre la fallan a la hora buena.Entonces, el título: “Comen, los asaltan y se van”.Pero no, por más que así sea, no fue así y el título es tan malo como la experiencia.Esta es la crónica de un asalto a las tres de la tarde, en una cocina económica cuyo plato más caro cuesta 95 pesos y donde se puede comer con menos de 50 pesos. Pero también la es del azoro ante la normalización del maltrato, la tolerancia a eso que se llama impunidad porque, terminado el robo, casi todos siguieron comiendo. ¿Cómo puedes esconderte detrás de una puerta, esperar a que todo suceda y entonces salir para pedir dos órdenes para llevar? ¿Cómo puedes escuchar el pedido del cliente y entregarle los platos, como si nada hubiera pasado? Eso, el maltrato, la tolerancia que se ejercita desde formarse en la cola de las tortillas, nos enseña a no protestar.Las tres de la tarde. Cuarenta comensales aproximadamente, en el suelo lo que es de ahí y a la entrada algunas mesas, que la propia hora, la inercia del hambre, fueron llenando. Parejas jóvenes y algunos ancianos comían la especialidad de aquel lugar y las pláticas, Babel que a veces nos toca descifrar, terminaban de llenar los huecos en el estómago. Lo que no era mole verde o rojo era la palabra y cada quien la usaba desde su asiento, resbalándose en un viernes de por sí de mala suerte, o lo que uno cree que eso significa.Porque la mala suerte no es que golpeen a alguien o que lo intenten secuestrar después de aceptar grabar testimonios, sino que alguien entre y se pare como un vaquero o un hijo de puta, mejor dicho, y dispare a mansalva por encima de las cabezas de los que están ahí sentados. Y mientras dispara, porque esta es la mejor parte, diga su diálogo aprendido en la dureza del desencanto. Porque uno asalta por varias razones: porque no tiene, porque puede, porque sabe que nadie le hará nada. O porque sí.- ¡Este es un asalto, hijos de la chingada!- gritó desde la puerta un joven de unos 25 años, de gorra roja, pantalón gris y playera blanca, mientras vaciaba el cargador de una arma.La mirada vidriosa por el esfuerzo y la voz apenas modulada no le ayudaban demasiado pero el arma, ésa sí, llevaba todo el peso de aquella encomienda.¿Cómo es que asaltan así y de pronto uno voltea a ver y nadie parece sentir miedo? Sin embargo, uno es obediente cuando se lo ordenan en el lenguaje del plomo. La pistolita, porque cualquier arma es cualquier cosa después de Acapulco o los tiraderos de cadáveres en Ecatepec, brilló su moldura de acero, una 9 milímetros que a lo lejos se veía bastante detallada.Detrás del pistolero apareció otro joven, quizá menor que él, y ordenó lo que todos ya sabían. En esa Cabaña del Cazador, ubicada a la altura de la carretera Palmillas-Calixtlahuaca (¿qué haces tan lejos?, te van a decir los que te aman) se ejecutaba un asalto y era la hora de poner sobre la mesa los objetos de valor.Todos los pusieron, incluso los que no tenía nada porque en una circunstancia así todo tiene valor, excepto ese concepto en sí, la vida por ejemplo, el tan manido respeto… respeto de qué. Respeto de la orden, de seguir la norma del más fuerte, aunque sólo en apariencia, para seguir un camino, en este caso el camino del despojo.Quienes pusieron las bolsas salvaron al resto de los comensales porque el recaudador de los menajes la tomaba y de inmediato asaltaba otra mesa, como si se tratara de un derecho para seguir vivo. Eso es lo que era. El de la pistola ya no habló más sino hasta que su compañero terminó de recoger lo que pudo: celulares, relojes, carteras y bolsas desparecieron en un saco o una especie de saco y entonces la orden para todos fue levantar los brazos, ponerlos en la cabeza y recargarse en la mesa. Algunos lo hicieron.Otros, los petrificados, vieron cómo salieron de la cocina económica y echaron a correr para abordar un auto. Menos de tres minutos duró todo pero lo que siguió fue más revelador. Ya se dijo del tipo que pidió una orden de mole para llevar y fue atendido prontamente. No se ha dicho, por otro lado, que algunos continuaron comiendo, retomando hasta el movimiento del corte sobre la carne que habían interrumpido cuando el asalto. Otros bebieron y algunos, apenas ahora, levantan el celular que pudieron esconder para llamar a alguien.- Llamen a la policía- dijo alguien sin la menor emoción, y aunque la llamaron no llegó por lo menos en el transcurso de media hora. El asalto había pasado y la vida siguió su curso aquí en Guerrero, allá en Toluca, donde la vida vale lo mismo que un plato de comida.Uno está hasta que le toca, a veces hasta un poco antes.Esta vez hubo suerte. Y risa. Y después dolor porque uno recuerda, se acuerda de lo suyo, a quien ha perdido.Por ahora la comida en La Cabaña del Cazador se ha echado a perder, y sí, esa podredumbre es para siempre.